18 de octubre de 2007

LA FAMILIA SECRETA

Ejercicio de Narración escrita: Detalles.

Solitario en un rincón, Ricardo se mantiene firme en su puesto de conserje. Durante la jornada de trabajo lo que más le sobra es tiempo para recordar e imaginar. Sobretodo ahora que está pronto a reunirse con su familia después de un año. Una reunión que lo espera con comida, baile y, de seguro, un regalo sorpresa.

Son las 8:30 de la mañana y Ricardo Denis ya va en su segundo té. Ha pasado una hora desde que entró a trabajar al edificio de Providencia donde es conserje. El jefe. Un termo y un tazón azul con mango negro, de esos para camping o para llevar líquidos calientes, acompañan a un sinnúmero de papeles en el mesón de la entrada. Está sentado, como todos los días, saludando a todo aquel que diga buenos días mientras abre la puerta del estacionamiento subterráneo.

Detrás de su silla, en un estante donde se dejan las cuentas de cada departamento, una planta a maltraer y una foto adornan el frío espacio. El marco de la foto es dorado con líneas negras y dentro de él se ve una fotografía con el único acompañante de Ricardo hasta hace un mes: el finado gato del edificio, quien permitía al solitario conserje que las mañanas pasaran más rápido.
Ricardo Denis es oriundo de Santa Juana, un pueblo muy pobre en la octava región. Su padre murió cuando él tenía 10 años y como ya no había nadie que lo obligara a ir al colegio, lo dejó. Llegó hasta cuarto básico. No se puso a trabajar de inmediato porque ayudó a su madre a cuidar a sus hermanos pequeños. Él es el séptimo de una camada de 12: Rosa, Segundo Oscar (como su papá), Alicia, Mario, Anita, Daniel, Margarita, Ricardo, María Angélica, Jorge, Ylsen y Pabla.
La vida lo trajo a Santiago. Hoy está casado y es padre de una niña llamada Pabla, al igual que su hermana menor. Sin embargo, antes de venirse, Ricardo dejó parte de su familia atrás. Su madre y algunos hermanos se quedaron en el sur y otros, como él, partieron con su propio rumbo. Así, cuenta Ricardo, “la familia se fue dispersando”.
Sin embargo, por estos días Ricardo recuerda a su familia como nunca en el año. El próximo 21 de noviembre el familión se reunirá en la casa de uno de sus hermanos para verse y recordar viejos tiempos. “Se va a juntar la ‘familia secreta’. Lo hacemos todos los años”, sonríe y deja entrever la pérdida de su primer molar izquierdo superior. Ricardo se ve contento y emocionado. Pareciera que tanta alegría no puede expresarse ni salir de su empaquetado ser dado el traje oscuro que lleva puesto. Su camisa blanca radiante y la corbata azul son demasiado formales para el ambiente de fiesta que refleja su cara.
“Mi hermana mayor es la que organiza”, cuenta el conserje. Se detiene un momento, pues ve que llega una de las arrendatarias. Le pasa una cuenta y vuelve. “Después de que mi madre murió, todo lo que pasa en la familia pasa donde ella”, continuó Ricardo. En estas ocasiones se preparan coctails, parrilladas y adornos. Se arreglan las casas y se cocina lo mejor. Para la última comida incluso todos los hombres fueron vestidos iguales: pantalón negro y camisa roja. “Tenemos que vernos todos topísimos. Nadie quiere quedar en menos”, cuenta soltando una risotada.
Lo mas entretenido de la fiesta es la parte del secreto. Cada hermano debe comprar un regalo para alguno de los 11 restantes y sus respectivas parejas. Se aceptan de $3.000 hacia arriba. Para que no haya problemas, obvio. Cuando llega el momento del show, Rosa, la hermana mayor, llena una bolsa con todos los apellidos de los matrimonios y saca de a un papelito para la entrega de los regalos. Y sorpresa: abrazos y alegría acumulada durante un año se reparten junto a la entrega del modesto presente. “Después tenemos cena, baile, de todo. Muy bonito. Es que esto no se ve en todas las familias”, confiesa Ricardo como adueñándose del invento del amigo secreto.
En total, son 30 personas las que asisten a la reunión familiar, pero siempre aparecen agregados como pololos o guaguas. Este año, los 30 y tantos se van para Quilicura a la casa Jorge, que además es vecino de Ricardo. “Mi hermano ya no halla qué arreglar (en su casa)”, cuenta mientras aprieta nuevamente el botón del portón eléctrico.
Dado que los hermanos están repartidos por todo Chile, el momento del sorteo de la casa sede del año siguiente pone a todos nerviosos de emoción. “Ojalá saliera una de mis hermanas que vive en Los Ángeles, para que partiéramos todos para allá”, dice añorando que verdaderamente pasara. Es que quieren andar todos juntos, recorrer, donde sea que los lleve la vida.
Encerrado entre las murallas y un mesón de cemento que delimita la conserjería, Ricardo se cruza de brazos haciendo un balance de su ‘familia secreta’: “No lo hacemos por los regalos ni la comida. Lo hacemos por juntarnos”. Es el espíritu con el que se reúnen el que llena el corazón de Ricardo. Y es ese mismo espíritu, que guarda de un año a otro, el que lo mantiene vivo en las largas jornadas de trabajo que realiza, siempre sentado, en el edificio. Apretar botones y contestar el citófono son las actividades más emocionantes que podría llegar a realizar. Pero ahora que se está preparando para la junta del 21, tiene cosas más entretenidas que hacer: imaginar.


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