23 de agosto de 2007

CRISIS AGRÍCOLA PRODUCTO DE LAS HELADAS

Casera, ¿qué no va a llevar?

Ejercicio de Narración escrita: Imitación de registro.

Después de experimentar cinco grados bajo cero, el ánimo en el campo no es el mejor. Las pérdidas en el rubro agrícola afectarán tanto el bolsillo del consumidor como del vendedor. Se avecinan alzas de precios y caras largas. Según Luis, es lo que toca por estar metido en esta pega.

Flores, pollos enjaulados, huevos y baratijas de plástico están en el camino que hay que recorrer para llegar a las frutas y a las verduras. Las viejas gordas y canosas están echadas en las puertas traseras de los camiones, mientras los hombres coquetean con la mirada a las caseras, invitándolas a acercarse para conseguir la venta de los nuevos “lujos”. Ellos están parados en la entrada de sus puestos. La venta se ve difícil. Los hombres se ven serios. El frío todavía hiela las caras de algunos feriantes.
Después de una semana devastadora para la agricultura chilena, en la que se registraron las temperaturas más bajas de los últimos años, Luis está parado en la calle con su puesto en la feria de San Vicente de Tagua Tagua, en la sexta región, como todos los sábados. Lleva 27 años ahí. Ni las lluvias ni el calor seco del verano han logrado moverlo de su lugar. Sus manos secas y partidas dan cuenta de esto y de su trabajo.
“Luis Reyes Orrego”, como se presenta él mismo, está segundo en la cadena de producción agrícola. Él no tiene sus propias plantaciones, así es que compra los diferentes productos, no “a una pura persona” sino a varias, para abastecer a sus clientes. “Donde le convenga más, compra uno”, confiesa como queriendo explicar que así funciona el mercado.
A pesar de no poseer ningún predio, los cambios que se están produciendo en el mercado agrícola, como la disminución de productos, dadas las fuertes heladas y nevazones que han afectado a siete regiones del país, no dejan de perjudicarlo. Las frutas, por ejemplo, se convertirán en bienes prescindibles o en pequeños lujos, debido al alto precio que alcanzarán.
El panorama de la región de O’Higgins no ha sido blanco, pero sí muy helado, al llegar a los cinco grados bajo cero de temperatura. Hoy, por el contrario, hay sol y no esta muy frío. Hoy hay feria y más allá de ser un panorama feliz y pintoresco, se experimenta un silencio denso, fuera del normal murmullo característico de los mercados.
Luis lleva unos jeans, un chaleco gris y ningún celular en sus bolsillos. Lo acompañan bigotes y mechas que lucen duras como clavos. Aparenta 55 años. Su patrimonio en la feria consta de un camión en el que llegó y una docena de cajas de madera, llenas de mercadería. No grita, no llama ni coquetea a las señoras que se pasean, no alega contra el gobierno ni contra la alcaldesa. Él asume, diciendo que es lo que le toca por estar metido en esta pega. Luis ni siquiera alega sobre el alza de los precios: “Si pue’, si van a tener que subir. Si ya se vio que subieron todas las cosas. El mismo repollo antes se compraba la docena a mil quinientos, dos mil pesos. Ahora es a seis mil”, cuenta con voz baja y resignada.
Según Luis, los precios -en época normal- tampoco son fijos: “de repente de una feria a otra suben”. Pero ahora que hay pérdidas en gran parte de las producciones, el panorama será distinto. Cambie o no cambie, Luis se mantiene firme en su puesto. Según él, a estas alturas no puede moverse: “Tengo que seguir en el mismo rubro, pos m´hija. Qué voy a hacer, si estoy metido. En años que estoy en esta cosa. [Si no], a la casa no llega ni un billete”.
Las mallas de kiwi, amarradas a postes de madera improvisados, protegen a los vendedores del sol que no calienta. Los posibles compradores se pasean cabizbajos sin prestar atención a las ofertas. Nada los calienta. Los feriantes no gritan “casera, casera”, sino que están parados, al igual que su compañero Luis, esperando que alguien se acerque. No hay perros ni carritos con bolsas colorinches llevados por atentas y enclenques clientas. No hay muchas cosas que tengan que ver con una feria: hay pocos puestos, poca gente y más venta de ropa que de verduras.
Las caseras no se acercan a los puestos a preguntar ni a pedir descuentos. Parece que la gente está reacia a comprar y Luis lo sabe, pues reconoce que nadie se va a salvar de los coletazos de la pronta crisis: “Va a afectarnos a todos. Va estar todo caro. A mi me va a costar pa’ comprar”, dice con las manos metidas en sus bolsillos.
A pesar de los costos que pueden significarle las alzas en los precios, Luis ve su futuro muy claro: se mantendrá en la feria, trabajando. “Trabajaré menos, con menos cosas”, afirma, pero tiene que trabajar. “La vida, hay que trabajarla”, repite como si fuese un mantra. ¿Hasta cuando? Hasta que se aburra. Si se aburre, ya no viene más. Parece que el frío todavía no lo aburre.
Las viejas siguen sentadas en los camiones. Los hombres, incluido Luis Reyes Orrego, siguen serios. El canto de un ranchero vestido de cowboy no alcanza a alegrar las miradas. Sólo el suelo sucio, pero colorido por los pedazos de verduras, hacen más amena la vista del lúgubre lugar que, en un mejor tiempo, tuvo risas y gritos exasperados de bienvenida. Es que las heladas no solo congelaron las plantaciones y los bolsillos de los sanvicentanos, sino también las sonrisas de los feriantes.

No hay comentarios.: